sábado, 6 de marzo de 2021

De vecinos

 


Mi anterior vecina de arriba era prostituta. Yo no tenía ni idea de ello y viví durante años en la ignorancia. No es algo que tenga por qué saber, pero coincidiremos en que es un tipo de noticia que suele correr rápido entre el vecindario. Lo único que me llamaba la atención, eso sí, es que llenaba muy a menudo la bañera -que después supe era un jacuzzi- a horas muy extrañas y que andaba mucho con tacones. Supuse que era una mujer muy aseada y elegante.

Me enteré de su decana profesión de pura casualidad. Un día, entrando en mi patio me topé con un antiguo compañero del colegio. “Hostia, ¿qué haces aquí, JM?” “Pues mira, visitando a un cliente”. Pensándolo ahora, recuerdo que lo noté un poco incómodo. Además, me explicó que trabajaba de comercial industrial y no entendí bien a qué cliente podía estar visitando en una finca residencial, pero no le di mayor importancia. Tiempo después, en una cena de excompañeros, me confesó gintonic en mano que en realidad ese día el cliente era él. “Sí, hombre, la del noveno ce”. “No me jodas, JM, que yo vivo en el octavo ce”. Total, que en alguno de esos baños-jacuzzi que yo escuchaba de madrugada mientras intentaba conciliar el sueño estaba JM encima de mí haciendo burbujas.

Mi vecina se fue y llegó una familia del Opus. A estos sí los calé el primer día: pelazo repeinado, cara de recién salidos de misa y doscientos hijos. No me equivoqué, poco después me contaron orgullosos en una conversación de ascensor que llevaban a su numerosa prole a diferentes colegios segregados por sexo. 

Definitivamente, perdí con el cambio. Pasé de la posibilidad de cruzarme con JM de vez en cuando en el ascensor, que siempre es una alegría, a compartir vida vecinal con unos potenciales votantes de VOX. Por no hablar del ruido que hace ese equipo de fútbol de alevines al despertarse un domingo. Para más inri, la pareja opusiana tiene sexo con más frecuencia que la inquilina anterior, o al menos se les oye más. Y creo que este intercambio de papeles es lo que más me irrita: desde que el mundo es mundo es el divorciado -yo- el que tiene que molestar a los casados-con-hijos armando jaleo en noches de sexo desenfrenado, y no al revés.

En cualquier caso, la convivencia con mis vecinos Flanders tiene los días contados. Es cuestión de tiempo que, si siguen fornicando así y haciendo hijos como crepes, se tengan que mudar por una cuestión de espacio. Aunque archiven los niños en literas, que supongo será el caso, dejarán necesariamente de caber al llegar al techo. 

Llegado el momento, ojalá vuelva mi exvecina. JM y yo lo agradeceremos.

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