sábado, 27 de marzo de 2021

Spleen de marzo

6:15 am. La noche aclara por el horizonte, empieza a amanecer. Escucho el tren que pasa por las vías aledañas a casa. Graznan las gaviotas -exotismos de vivir cerca del mar-. El goteo nocturno de coches en la calle se transforma en pocos minutos en el tráfico denso de cada día. La ciudad despierta, se despereza torpe y ruidosa, como un gigante somnoliento. La alarma del reloj da el pistoletazo de salida y la vida arranca a ritmo del noticiario que suena ya de fondo. La rutina parece tomar forma con normalidad. Pero sólo eso: lo parece. Algo en el ambiente delata la farsa. Todo sigue aletargado, gris, sumido en una extrañeza que no se desvanece.

Un elocuente titular hace un año, en pleno confinamiento, decía en referencia al cambio horario pertinente de estas fechas: “a las 2 serán las 3, y da igual”. Mañana volveremos a cambiar la hora; por enésima última vez a las 2 serán las 3 y, reconozcámoslo, también da igual. 

martes, 16 de marzo de 2021

El Pinzas



A cada uno de los más de 8.000 municipios de España le corresponde un “borracho del pueblo”. No quiero decir que solo haya un alcohólico, puede que incluso todos los vecinos empinen el codo, pero hay siempre uno al que, normalmente por méritos, le cae el sambenito. En el caso del mío el incansable defensor del título fue durante muchos años el Pinzas, cruel mote que debía a una aguda artrosis que le había deformado las manos.

Daba igual 8 de la mañana que de la tarde, el Pinzas estaba siempre acompañado de una copa, chupito o cerveza -o todo a la vez-, con la cara roja y la mirada perdida. Soy incapaz de decir su edad porque para un niño / adolescente todo el que supera los 30 años es un señor mayor y él estaba incluido en ese amplio conjunto. Llevaba siempre dos paquetes de tabaco, uno de Ducados, para cuando bebía, y otro de Marlboro, para cuando no. Sabedor de que la ebriedad es una guerra de trincheras y de que en ese estado da igual fumar tabaco negro que rueda de camión, se guardaba para los ratos de sobriedad el rubio americano. Eso sí, el paquete de Marlboro yo siempre lo vi lleno.

A duras penas conducía una vieja Mobylette. Imagínese la dificultad de dirigir un ciclomotor de hierro con las manos agarrotadas y más vino que sangre en el cuerpo. Pese a eso, hasta donde yo sé, no tuvo ni provocó accidentes.

El Pinzas, en paz descanse, falleció una noche de invierno, en su casa, de hipotermia. La falsa sensación de calor del alcohol engañó letalmente a un cuerpo ya demasiado castigado. Cuando los dueños de los bares empezaron a echarlo en falta alguien fue a buscarlo y encontró su cadáver en una vivienda que, por no tener, no tenía ni muebles ni por supuesto calefacción.

De tan infausto personaje me llevé dos lecciones: 1- los mejores placeres de la vida hay que disfrutarlos sobrio. 2- la pobreza mata más rápido que la cirrosis.

sábado, 6 de marzo de 2021

De vecinos

 


Mi anterior vecina de arriba era prostituta. Yo no tenía ni idea de ello y viví durante años en la ignorancia. No es algo que tenga por qué saber, pero coincidiremos en que es un tipo de noticia que suele correr rápido entre el vecindario. Lo único que me llamaba la atención, eso sí, es que llenaba muy a menudo la bañera -que después supe era un jacuzzi- a horas muy extrañas y que andaba mucho con tacones. Supuse que era una mujer muy aseada y elegante.

Me enteré de su decana profesión de pura casualidad. Un día, entrando en mi patio me topé con un antiguo compañero del colegio. “Hostia, ¿qué haces aquí, JM?” “Pues mira, visitando a un cliente”. Pensándolo ahora, recuerdo que lo noté un poco incómodo. Además, me explicó que trabajaba de comercial industrial y no entendí bien a qué cliente podía estar visitando en una finca residencial, pero no le di mayor importancia. Tiempo después, en una cena de excompañeros, me confesó gintonic en mano que en realidad ese día el cliente era él. “Sí, hombre, la del noveno ce”. “No me jodas, JM, que yo vivo en el octavo ce”. Total, que en alguno de esos baños-jacuzzi que yo escuchaba de madrugada mientras intentaba conciliar el sueño estaba JM encima de mí haciendo burbujas.

Mi vecina se fue y llegó una familia del Opus. A estos sí los calé el primer día: pelazo repeinado, cara de recién salidos de misa y doscientos hijos. No me equivoqué, poco después me contaron orgullosos en una conversación de ascensor que llevaban a su numerosa prole a diferentes colegios segregados por sexo. 

Definitivamente, perdí con el cambio. Pasé de la posibilidad de cruzarme con JM de vez en cuando en el ascensor, que siempre es una alegría, a compartir vida vecinal con unos potenciales votantes de VOX. Por no hablar del ruido que hace ese equipo de fútbol de alevines al despertarse un domingo. Para más inri, la pareja opusiana tiene sexo con más frecuencia que la inquilina anterior, o al menos se les oye más. Y creo que este intercambio de papeles es lo que más me irrita: desde que el mundo es mundo es el divorciado -yo- el que tiene que molestar a los casados-con-hijos armando jaleo en noches de sexo desenfrenado, y no al revés.

En cualquier caso, la convivencia con mis vecinos Flanders tiene los días contados. Es cuestión de tiempo que, si siguen fornicando así y haciendo hijos como crepes, se tengan que mudar por una cuestión de espacio. Aunque archiven los niños en literas, que supongo será el caso, dejarán necesariamente de caber al llegar al techo. 

Llegado el momento, ojalá vuelva mi exvecina. JM y yo lo agradeceremos.