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Los alemanes, tan duchos ellos en
el noble arte del rencor, tienen una deliciosa palabra para referirse a la
sensación de placer que provoca el sufrimiento / humillación de alguien a
quien no soportas: schadenfreude. Nosotros, que rencorosos quizá no somos
tanto, pero sí muy cabrones, la tenemos aceptada como cultismo por la RAE. Y confieso
que este término, schadenfreude, describe con exactitud lo que he sentido esta
semana leyendo cada uno de los titulares sobre el despido de Albert Rivera por
parte del bufete Martínez-Echevarría: “su aportación fue
ninguna”; “implicación nula”; “auténtico fiasco”. ¿Podía ser más jugoso el
salseo? El que iba a ser el Kennedy español resultaba ser más holgazán que un
Borbón y, además, estaba probando su propia medicina liberal. Él, que estuvo a
favor de reducir la indemnización por despido a 20 días por año pedía ahora para
sí mismo 500. Siempre he pensado que los liberales están a dos hostias de
realidad de ponerse a lanzar cócteles molotov en un piquete sindical. De hecho,
eso de que el fascismo se cura leyendo y viajando es mentira. He conocido a
muchos fachas leídos y viajados. Lo que realmente corrige un desvío a la
derecha es un conflicto con la patronal.
Sin
embargo, pronto detecté el tufillo antipolítico en las declaraciones
del bufete: “huiremos de políticos vacíos y sin capacidad de trabajo”. Fue entonces cuando me puse las gafas rojas, que no me suelo quitar, pero
hasta ese momento debían estar empañadas de schadenfreude, y leí la información
desde la perspectiva del Albert Rivera trabajador. Lo siguiente que me chirrió
fue la acusación de baja productividad. Para empezar, no me creo que un
exsecretario general sea realmente un vago redomado. La carga de trabajo que
implica la dirección ejecutiva de un partido que llegó a conseguir más de 4
millones de votos y 34.000 afiliados no encaja con el perfil de un gandul. Pero
es que además las cifras del bufete eran totalmente inverosímiles por
exageradas. Resulta que Rivera solo trabajaba dos horas al mes, según ellos. Y lo mantuvieron
en plantilla durante dos años como presidente. Ajám.
No cuela. Y no cuela porque hemos visto reacciones así en muchas empresas, por no decir todas, cuando estalla el conflicto de intereses: deslealtad, revelación de información confidencial y mentiras. En el amor y en la guerra laboral, todo vale. Además de que este conflicto en concreto aporta una jugosa publicidad a coste cero para el bufete, que por supuesto no está dudando en explotar.
Albert, te apoyamos. Como víctima del juego sucio patronal, estamos contigo. Eso sí, tendrás que olvidarte de tus amigos de la foto de Colón. Si es que ellos aún se acuerdan de ti.