sábado, 27 de marzo de 2021

Spleen de marzo

6:15 am. La noche aclara por el horizonte, empieza a amanecer. Escucho el tren que pasa por las vías aledañas a casa. Graznan las gaviotas -exotismos de vivir cerca del mar-. El goteo nocturno de coches en la calle se transforma en pocos minutos en el tráfico denso de cada día. La ciudad despierta, se despereza torpe y ruidosa, como un gigante somnoliento. La alarma del reloj da el pistoletazo de salida y la vida arranca a ritmo del noticiario que suena ya de fondo. La rutina parece tomar forma con normalidad. Pero sólo eso: lo parece. Algo en el ambiente delata la farsa. Todo sigue aletargado, gris, sumido en una extrañeza que no se desvanece.

Un elocuente titular hace un año, en pleno confinamiento, decía en referencia al cambio horario pertinente de estas fechas: “a las 2 serán las 3, y da igual”. Mañana volveremos a cambiar la hora; por enésima última vez a las 2 serán las 3 y, reconozcámoslo, también da igual. 

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