martes, 16 de marzo de 2021

El Pinzas



A cada uno de los más de 8.000 municipios de España le corresponde un “borracho del pueblo”. No quiero decir que solo haya un alcohólico, puede que incluso todos los vecinos empinen el codo, pero hay siempre uno al que, normalmente por méritos, le cae el sambenito. En el caso del mío el incansable defensor del título fue durante muchos años el Pinzas, cruel mote que debía a una aguda artrosis que le había deformado las manos.

Daba igual 8 de la mañana que de la tarde, el Pinzas estaba siempre acompañado de una copa, chupito o cerveza -o todo a la vez-, con la cara roja y la mirada perdida. Soy incapaz de decir su edad porque para un niño / adolescente todo el que supera los 30 años es un señor mayor y él estaba incluido en ese amplio conjunto. Llevaba siempre dos paquetes de tabaco, uno de Ducados, para cuando bebía, y otro de Marlboro, para cuando no. Sabedor de que la ebriedad es una guerra de trincheras y de que en ese estado da igual fumar tabaco negro que rueda de camión, se guardaba para los ratos de sobriedad el rubio americano. Eso sí, el paquete de Marlboro yo siempre lo vi lleno.

A duras penas conducía una vieja Mobylette. Imagínese la dificultad de dirigir un ciclomotor de hierro con las manos agarrotadas y más vino que sangre en el cuerpo. Pese a eso, hasta donde yo sé, no tuvo ni provocó accidentes.

El Pinzas, en paz descanse, falleció una noche de invierno, en su casa, de hipotermia. La falsa sensación de calor del alcohol engañó letalmente a un cuerpo ya demasiado castigado. Cuando los dueños de los bares empezaron a echarlo en falta alguien fue a buscarlo y encontró su cadáver en una vivienda que, por no tener, no tenía ni muebles ni por supuesto calefacción.

De tan infausto personaje me llevé dos lecciones: 1- los mejores placeres de la vida hay que disfrutarlos sobrio. 2- la pobreza mata más rápido que la cirrosis.

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