viernes, 3 de diciembre de 2021

Arterisco

 

 
Los más jóvenes no lo creeréis, pero hubo una época, no muy lejana, en la que las dudas que surgían en una conversación sobre algún dato o hecho histórico no se podían resolver rápidamente a golpe de pulgar o de clic buscando en Google. Había que posponer la comprobación del dato en cuestión -si es que en algún momento alguien lo comprobaba, cosa poco probable-. Esto derivaba a veces en acalorados enfrentamientos, cuando no en ruptura de amistad o de pareja. Me viene a la mente una discusión con colegas sobre cuántos metros tiene una milla que casi acaba con heridos. U otra sobre los idiomas hablados en Austria (wtf?!). Y otras tantas, igual o más absurdas, que hoy habrían supuesto una humillante recogida de cable tras preguntarle a Siri, y a otro tema. Recuerdo especialmente una, por disparatada, sobre la denominación correcta de cierto signo ortográfico: “arterisco” o “asterisco”. La controversia surgió una noche de fiesta en casa de una amiga. Reunión de 10 o 15 jovenzuelos fumados y alcoholizados. Alguien dice, a saber en qué contexto, “arterisco”. Otro -vale, fui yo- le corrige. Se abre el debate. No hay enciclopedias, ni diccionarios a mano. Por supuesto tampoco Internet, ni mucho menos smartphones -¿smartqué?-. Dos bandos se posicionan, enfrentados, defendiendo cada uno una de las dos formas. Sorprendentemente el debate parece estar igualado en número. Alguien propone una solución, tan absurda como democrática: “VOTEMOS”. Alzamos las manos, et voilà, gana “arterisco”. Ar-te-ris-co, manda cojones. Discusión finiquitada. 

La noche siguió con normalidad, pero yo me quedé tocado. Volví a casa con el epour si muove metido en la cabeza. Hasta me sentía sucio por haber dado por buena la incorrección, sin comprobación alguna, solo porque una mayoría así lo había decidido. ¿Pero es que no lo veían? Las creencias no pueden estar por encima de los hechos. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Aceptar que la Tierra es plana? ¿Que las vacunas no funcionan?