En
la antigua Roma se celebraba a principios de diciembre la “Bona Dea”, una
fiesta exclusiva de mujeres en la que se rendía culto a una diosa -de la cual
solo nos ha llegado el seudónimo que daba nombre al evento- a la que pedían
salud y fertilidad. Tan exclusivamente femenina era la festividad que tapaban
las cabezas de las esculturas de hombres para que no vieran nada, ni tan
siquiera con sus ojos de piedra. El lugar de la celebración era itinerante y la
organización del acto, totalmente secreto, recaía en la anfitriona ayudada por
las vírgenes vestales. No hay que ser muy perspicaz para deducir que una fiesta
secreta de la fertilidad, solo de mujeres, alejada de los ojos inquisitoriales
del patriarcado, acababa siendo una bacanal que ríete tú de la cabalgata del
Orgullo.
Explicado el contexto, imagínese el escándalo el día que un señoro disfrazado
de mujer se intentó colar en el festín y lo pillaron. Añádase que ese año el
lugar de la celebración era precisamente la casa de Julio César y la
anfitriona, su madre. Por si no fuera suficiente material para un especial
Rociíto de la época, aquí viene lo mejor: dicho señoro era amante de la nuera de
la anfitriona, o sea, le ponía la cornamenta al putísimo César.
El lumbreras en cuestión era Publio Clodio, y el otro vértice del triángulo,
Pompeya Sila. Clodio fue acusado de sacrilegio y engaño, pero estaba podrido de
pasta -Pompeya obviamente no iba a intercambiar sus patricios fluidos con un
pringao plebeyo- y se libró de ser condenado sobornando al Senado. César no
presentó cargos contra su mujer, pero la repudió públicamente y se divorció.
Tampoco contra Clodio, probablemente no porque desconociera la relación con su
esposa, sino porque primó el interés político con un potentado aliado. Por
cierto, César también mantenía una relación con la mujer de Clodio. Sí, en la alta nobleza romana había más promiscuidad que en una cena de empresa de Navidad.
El ávido lector, a estas alturas, ya se habrá dado cuenta de que esta es la
anécdota que está detrás de la famosa frase: “la mujer del César no solo tiene
que serlo, sino parecerlo”. Se le podría responder aquello de “el que esté
libre de pecado, que tire la primera piedra”, pero eso lo dijo otro y unos
-pocos- años después.
A todo esto, yo venía a hablar de cierto primer ministro y fiestas en momentos
y lugares inoportunos y se me ha ido la tecla a Roma. Al fin y al cabo, como bien decía Mark Twain, la Historia no se repite, pero rima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario