miércoles, 19 de agosto de 2020

Volver

 

Hace ya casi dos años cambié la costumbre de escribir por la de dibujar en los ratos libres (véase la última entrada de este blog: mayo 2018, qué poca vergüenza). Suele pasar que las musas de las letras solo te visitan cuando estás enamorado, muy jodido, o ambas cosas. En esas estuve yo desde los 17 años que dejé de escribir hasta los 30 que nació mi hijo y lo retomé. Que no acabo de ver bien cuál, pero algún significado debe tener.

A lo que iba: la semana pasada perdí uno de los lápices con los que practicaba mi relativamente reciente afición. El más importante, de hecho, porque era el de los bocetos. He dicho “perdí” pero lo correcto sería decir “me perdieron”, en concreto mi hijo cuando se lo dejé para hacer deberes de verano del cole. Estará por casa, quizá entre los cojines del sofá, quizá dentro de la nevera. Con un niño de nueve años no hay que descartar ningún escondite. Y ninguno es ninguno. El caso es que no aparecía y mi hijo percibió mi tristeza, más que enfado, cuando le pregunté por él y no supo responderme. Tan jodido debió verme que, mientras yo buscaba agachado por el suelo de su cuarto me tocó por detrás con su hucha de R2D2 emitiendo pitidos para darme dinero y que pudiera comprarme otro lápiz. Ahí ya me desgarró el alma, me lo comí a besos y me pareció mucho menos importante el asunto del lápiz de bocetos extraviado. 

Fue así como, finalizando las vacaciones y sin poder dibujar, pensé que qué tal si volvía a escribir. Que a lo mejor así el calor de agosto sería menos calor y la vuelta al trabajo menos vuelta. Así que aquí estoy, con esta primera entrada para romper mano.

Como decíamos ayer…

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