miércoles, 8 de febrero de 2012

La mentira



Los ya no tan jóvenes recordamos perfectamente el escandaloso caso de Monica Lewinsky en EEUU. El presidente Bill Clinton se lió con ella en el mismísimo despacho oval de la Casa Blanca, haciendo aún más legendaria esta famosa sala -y el puesto de becaria-  y demostrando que un vestido no se tiene porqué meter en la lavadora por una manchita de nada, que luego nunca se sabe si sucio puede multiplicar su valor. Cuento esto porque el caso fue llevado a los tribunales, y no por tratarse de una relación adúltera, puesto que en EEUU aún son legales las relaciones heterosexuales consentidas entre mayores de edad, sino por el perjurio. A punto estuvo el hombre más poderoso del mundo de perder su puesto por haber mentido, supuestamente, en público. Pero bien se había cuidado el simpático Bill de no incurrir en contradicciones públicamente, así que el fiscal no logró demostrar la acusación. Eso sí, tuvo que reconocer arrepentido los hechos y pedir perdón al pueblo estadounidense.

Bien distinto es el caso de España. No acostumbro a poner a EEUU como ejemplo de nada, pero en cuestión de tradición democrática nos llevan varios siglos de ventaja. Aquí un perjurio así no sólo no es delito, sino que sin duda sería consentido y aceptado por la opinión pública. En el caso por ejemplo de los trajes en el que Francisco Camps ha salido absuelto, media España se retuerce de indignación por la sentencia y la otra media la celebra como una victoria propia. Pero se obvia lo más importante. Más incluso que el propio veredicto, puesto que éste al final depende de la subjetividad de nueve personas: Camps negó públicamente conocer al Bigotes y posteriormente todos escuchamos lo mucho que -ovalmente- se querían. Ese perjurio no será delito en España pero le debería impedir categóricamente regresar a la política.

No podemos seguir consintiendo la mentira de ningún político. No debemos permitir burradas como que el ministro de Educación falsee las razones para eliminar una asignatura o para mantener las ayudas a la fiesta “nacional”. O que una alcaldesa (Valencia) niegue recibir regalos y luego se evidencie que sí se los em-bolsó.  La mentira es el cáncer de nuestro sistema político. Mientras sigamos aceptándola como algo inherente a él, estamos asumiendo que está podrido. Y éste no es el sistema que ninguno queremos, seamos de la tendencia política que seamos. ¿O sí?

2 comentarios:

  1. La mentira y el borreguismo grandes cánceres de nuestra República Bananera.
    Por cierto, me encanta la descripción de tu blog. Muy bueno :)

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  2. Nuestra excelentísima República Bananera de Españistán.
    Gracias! :)
    Saludos

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