Contraportada de la revista Mongolia |
Esta oportuna foto de la
contraportada de la revista Mongolia está llena de pequeños detalles, que
recordemos, son los que hacen grandes los momentos. Primero analicemos al
pálido Campechano I: destaca su gesto desubicado, aturdido y molesto. Se
aprieta -o sujeta, no se sabe- el nudo de la corbata -o las gónadas, que últimamente
se le han subido a la garganta, tampoco se sabe- mientras otea el cielo y
piensa, quizá, que está cayendo un sol de justicia tan africano que le dan
ganas de coger la escopeta e irse a cazar paquidermos, que es lo suyo, y no de estar
aguantando esa mierda.
Por otro lado tenemos al Príncipe
Campechano II, de mueca más sobria, colocándose con mayor delicadeza -obsérvese cómo separa ligeramente el meñique- el nudo corbatil. Así, a primera vista, y
si no le conociéramos, podríamos pensar que con esa cara no debe ser muy listo.
Como le conocemos podemos afirmarlo.
La estampa se completa a sus
espaldas con un uniforme militar y más corbatas, éstas sin las medallas cañís
de la realeza. La parte superior no se distingue con claridad, pero podría
tratarse de curas o altos prelados, rematando así esta castiza imagen de
régimen medieval en pleno siglo XXI.
Como bien apuntan los geniales compañeros
de Mongolia lo que viene a la mente al contemplar esta instantánea se puede resumir
en una palabra: ¡Adiós! (bueno, en cuatro: y no volváis).
Si Ana Bolena levantase la cabeza...
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