Allá
por el siglo XVI Miguel Servet se percató de un detalle sobre la Santísima
Trinidad que hacía imposible que esta fuera eterna, tal y como afirmaba y
afirma la Iglesia Católica: si Jesús es hijo de Dios necesariamente su
existencia es posterior a la de su padre. No cabe lógica que pueda sostener lo
contrario. Echándole -mucha- imaginación se puede plantear que Dios siempre
haya existido, pero su hijo, por serlo, debió nacer en algún momento después,
así que no es eterno.
A
ojos de un apóstata, ateo y anticlerical como yo estas apreciaciones sobre
dogmas religiosos pueden parecer una soberana gilipollez, pero a la Iglesia no
le hizo ninguna gracia que Servet publicara su blasfema conclusión, junto a
algunas más, en su famoso De Trinitatis Erroribus (De los errores acerca de la
Trinidad). Comenzó así su fulminante carrera hacia la hoguera, donde ardió
junto a sus libros pocos años después castigado por hereje.
La
notoriedad de Servet, famoso internacionalmente además de por sus polémicas
religiosas por sus descubrimientos fisiológicos, y lo injusto de su sentencia
de muerte, provocaron que por primera vez en la Historia se planteara
popularmente la necesidad de instaurar la libertad de opinión. No obstante el
librepensamiento tardó varios siglos en constituirse como derecho, pero sin
duda germina aquí. “Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede
ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre
[…] Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Cuando
los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un hombre”-
Sebastián Castellion como respuesta a la ejecución del erudito español.
Cinco
siglos después, en España, vivimos no se sabe si una reedición o una
continuación de la caza de brujas del medievo. Titiriteros encarcelados por
representar obras de ficción, cantantes juzgados por las letras de sus
canciones, artistas acusados de blasfemia…
Sin ir más lejos, la semana pasada se condenó a Aitor Cuervo a 18 meses
de prisión por este tuit: “A mí no me da pena alguna Miguel Ángel Blanco, me da
pena la familia desahuciada por el banco”.
Más
allá de estar o no de acuerdo con él, la simple idea de condenar a alguien por
un sentimiento expresado en público es absurda, además de tremendamente
peligrosa. Personalmente claro que siento pena por Miguel Ángel Blanco pero,
¿es obligatorio que así sea? ¿si alguien no siente pena por un asesinato hay
que castigarle? ¿Debemos sentir lástima por todos los asesinatos? ¿Debo
lamentarme del asesinato de Carrero Blanco? O retrocediendo más en el tiempo,
¿del homicidio del general Prim? ¿Por qué es obligatorio legalmente sentir pena
por unos asesinatos y no por otros?
La
realidad es que hoy seguimos a años luz de la libertad de pensamiento y opinión
y, en consecuencia, de la libertad de expresión. Hay que tener mucho cuidado
con lo que se dice en España en pleno siglo XXI… nobody expects the Spanish
Inquisition!
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