Recuerdo aquel 3 de julio. Estaba trabajando en el mismo sitio que estoy ahora -cómo pasa el tiempo-
cuando me enteré del fatal accidente de metro que había ocurrido justo en la
parada de mi barrio. Como suele pasar en estos casos, la información al
principio difusa hablaba de muchas menos víctimas de las que finalmente
hubieron. Por suerte no tardé en localizar a mi madre y confirmar que
afortunadamente ese día no había cogido el metro. Vale, no parecía habernos
tocado de cerca. Pronto empecé a recibir llamadas de amigos y familiares
interesándose por nosotros. Claro, las probabilidades eran relativamente altas,
era la parada de abajo de casa. Pensándolo bien, era más que probable conocer a
algún afectado. Efectivamente, no tardé en enterarme de que uno de los
fallecidos era un compañero de clase del colegio. Eso sí, no estaba claro
quién. La rumorología apuntaba diferentes nombres sin ningún pudor como
si de un macabro sorteo se tratara. Al día siguiente recibí la llamada de un
excompañero preguntándome por uno de mis mejores amigos. Le habían dicho que él
era esa víctima hasta el momento anónima. Era obvio que se trataba de un error.
Ya habían pasado casi 24 horas y por lógica no podía ser que yo no me hubiese
enterado. Aunque era cierto que hacía varios días que no habíamos hablado. Nada
más colgar intenté localizar a mi amigo llamándole al móvil. Nada, llamada
perdida. Pues a llamarle al trabajo. Tampoco, no lo cogía nadie. ¿A casa? Tampoco.
Joder. No puede ser. ¿Un día después? Me habrían llamado sus padres, sus
hermanas… ¿no? Así, con esta inquietante pregunta pasaron 15 tensos minutos.
Hasta que me devolvió la llamada y se desvaneció la duda. Estaba bien y
“simplemente” había sido un error del boca a boca.
Días después supimos ya de quién
se trataba. Compañero de clase en el colegio, efectivamente. 27 años. Y aunque suene a tópico, buena persona.
Todos los accidentes son
horribles, pero éste me indigna profundamente. Por poder ponerle cara a una de
esas 43 muertes y 47 heridos. Pero sobre todo, por la escandalosa impunidad de
los responsables de la desgracia. Le echaron toda la culpa al conductor también
fallecido en el accidente, obviando que una baliza de tan sólo 3.000€ lo habría
evitado. Cero responsables y/o dimisiones en el mayor accidente de metro de la
historia de Europa. CERO. Increíble. Indignante. Obsceno.
Días después el Papa visitó
Valencia y al estar tan reciente el accidente, cambió su itinerario para acercarse al lugar de la
tragedia. Las flores de homenaje a las víctimas en las escaleras de la estación
fueron retiradas para no ensombrecer su visita.
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