Los
ya no tan jóvenes recordamos perfectamente el escandaloso caso de Monica
Lewinsky en EEUU. El presidente Bill Clinton se lió con ella en el mismísimo
despacho oval de la Casa Blanca, haciendo aún más legendaria esta famosa sala -y
el puesto de becaria- y demostrando que
un vestido no se tiene porqué meter en la lavadora por una manchita de nada,
que luego nunca se sabe si sucio puede multiplicar su valor. Cuento esto porque
el caso fue llevado a los tribunales, y no por tratarse de una relación
adúltera, puesto que en EEUU aún son legales las relaciones heterosexuales consentidas
entre mayores de edad, sino por el perjurio. A punto estuvo el hombre más
poderoso del mundo de perder su puesto por haber mentido, supuestamente, en
público. Pero bien se había cuidado el simpático Bill de no incurrir en
contradicciones públicamente, así que el fiscal no logró demostrar la
acusación. Eso sí, tuvo que reconocer arrepentido los hechos y pedir perdón al
pueblo estadounidense.
Bien
distinto es el caso de España. No acostumbro a poner a EEUU como ejemplo de
nada, pero en cuestión de tradición democrática nos llevan varios siglos de
ventaja. Aquí un perjurio así no sólo no es delito, sino que sin duda sería consentido
y aceptado por la opinión pública. En el caso por ejemplo de los trajes en el
que Francisco Camps ha salido absuelto, media España se retuerce de indignación
por la sentencia y la otra media la celebra como una victoria propia. Pero se
obvia lo más importante. Más incluso que el propio veredicto, puesto que éste al
final depende de la subjetividad de nueve personas: Camps negó públicamente
conocer al Bigotes y posteriormente todos escuchamos lo mucho que -ovalmente-
se querían. Ese perjurio no será delito en España pero le debería impedir
categóricamente regresar a la política.
No
podemos seguir consintiendo la mentira de ningún político. No debemos permitir burradas
como que el ministro de Educación falsee las razones para eliminar una
asignatura o para mantener las ayudas a la fiesta “nacional”. O que una
alcaldesa (Valencia) niegue recibir regalos y luego se evidencie que sí se los
em-bolsó. La mentira es el cáncer de
nuestro sistema político. Mientras sigamos aceptándola como algo inherente a
él, estamos asumiendo que está podrido. Y éste no es el sistema que ninguno
queremos, seamos de la tendencia política que seamos. ¿O sí?
La mentira y el borreguismo grandes cánceres de nuestra República Bananera.
ResponderEliminarPor cierto, me encanta la descripción de tu blog. Muy bueno :)
Nuestra excelentísima República Bananera de Españistán.
ResponderEliminarGracias! :)
Saludos