Hace
poco más de tres años, en junio de 2012, mi mujer y yo emprendimos el escabroso
camino de la adopción internacional. Realmente lo iniciamos medio año
antes, con la toma de decisión definitiva, la comunicación de la noticia a la
familia (esto merece un post aparte), las charlas informativas, las entrevistas
en Consellería de Bienestar y, finalmente, la entrega por registro de los
formularios de solicitud. Desde el principio supimos que el proceso no iba a
ser ni mucho menos fácil. Los costes en todos los sentidos iban a ser enormes.
No obstante, a pesar de nuestros miedos -muchos- , los prejuicios del entorno
-muchísimos- y la ignorancia -absoluta- del proceso, seguimos adelante.
Recuerdo que en aquel momento, iluso de mí, llegué a abrir un blog para contar
nuestra experiencia paso a paso: “Candela viene de Hanoi”. Luego supimos que la
adopción en Vietnam en aquel momento, y prácticamente en toda Asia, estaba
cerrada o en tiempos de espera de más de ocho años. Candela jamás vendría de
Hanoi.
Un año después, en junio de
2013, nos llamaron para realizar el cursillo preparatorio de adopción. Acudimos
encantados a vivir una experiencia totalmente enriquecedora. Salimos allí
cargados de nuevos conocimientos, mucha ilusión y dejando atrás multitud de ideas absurdas preconcebidas.
Llegó el momento de elegir
país, algo que habíamos pospuesto lo máximo posible conscientes de lo
cambiante del panorama internacional. Finalmente elegimos Kazajistán a pesar de contar con dos hándicaps muy importantes -para nosotros-: primero, la solicitud de
adopción no podía restringirse a un/a menor de dos años, tal y como queríamos,
y podrían asignarnos un/a niño/a de hasta cuatro años menos un día. Segundo, y
casi más importante, no existía experiencia previa en España de adopción en
Kazajistán. Ambos motivos nos llevaron a paralizar durante un año el expediente
para tomar distancia y actuar después con precedentes ya sobre la mesa.
A lo largo de 2014 ocurrieron
dos sucesos que supongo pasarían relativamente desapercibidos a la gente
desvinculada con el mundo de la adopción pero para nosotros tuvieron mucha
importancia: 1- “La nueva ley anti homosexual rusa bloquea todos los procesos
de adopción de familias españolas”. 2- “Etiopía retira a dos parejas
españolas sus hijos adoptivos ya entregados”. La crueldad de esta última
noticia es increíble. Y no relativizo lo horrible que debió ser el bloqueo sine
die de los expedientes en Rusia, pero estas dos familias en Etiopía llegaron a
tener a sus hijos en sus brazos y se los quitaron. Para siempre. Háganse
una idea.
Y así, estando por diferentes
medios conectados con el día a día de estas realidades, y casi sin hablarlo,
fue como mi mujer y yo fuimos teniendo cada vez más claro que la adopción
internacional conllevaba unos riesgos inasumibles para nosotros. No tuvimos ni
siquiera que formalizar nuestra decisión. De hecho no recuerdo un momento en
concreto en el que nos sentáramos y decidiéramos ponerle fin. Simplemente
llegó.
Una vez cumplido el año de
prórroga del expediente nos avisaron de que se cerraría con consentimiento
tácito, es decir, si no indicábamos lo contrario. Y así fue, la semana pasada
recibimos la confirmación por correo certificado de la clausura definitiva de
nuestra solicitud de adopción en Kazajistán.
Aquí acaba un sueño, frustrado,
pero continúa otro, el de la adopción nacional. Candela ya no vendrá de Hanoi,
ni de Pekín, ni de Astaná. Llegará de aquí a tres o cuatro años de Valencia,
Castellón, Alicante, Elche o quién sabe.
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