27 de diciembre de 1874, el gobierno de la Primera
República Española se tambalea. Las tres guerras civiles simultáneas en las que
se ha visto envuelto el país -la de Cuba, la carlista y la cantonal-, la
inestabilidad de la presidencia (cuatro dirigentes en sus once primeros meses),
el cambio de la forma de estado (primero república federal y después
“unitaria”), sumados a la fuerte oposición de una población tradicionalmente
monárquica, están a punto de hacer estallar por fin el golpe de estado militar
del que se lleva tiempo hablando. El general Martínez Campos espera su momento
en Madrid para dar comienzo a la asonada. La señal le llega en forma de escueto
telegrama: “naranjas en condiciones”. Esa es la contraseña enviada por los
partidarios de Alfonso XII para que se dirija a Valencia, Sagunto para ser
exactos, y dé comienzo desde allí al golpe que reinstaurará la monarquía
borbónica en el estado español. Ese mismo día parte hacia la capital del Turia
y con el apoyo de las tropas de Levante lidera exitosamente un levantamiento que
cuatro días después derrocará al efímero gobierno republicano, devolviendo al
país a su ya tradicional regencia de puteros, digo, de Borbones.
Azares de la Historia, y como si formara parte
inexorable del destino valenciano, casi siglo y medio después (2011) las
“naranjas en condiciones” propiciarían también otro giro conservador en España.
Este de menor calado dado que no afectaría a la forma de gobierno sino a los
gobernantes, pero de tremenda importancia puesto que otorgaría en la práctica
el poder a un partido mafioso. El granero de votos de Valencia sería
fundamental para allanar el camino de Rajoy hacia la Moncloa.
Y llegamos al 24 de mayo de 2015. La implicación de Valencia vuelve a ser crucial. Esta vez más que por su peso político a nivel
estatal -ínfimo a día de hoy-, por la trascendencia simbólica que supondría el
derrocamiento de un linaje (tras 20 años en el poder se pueden considerar ya
una familia, en el sentido más siciliano del término) político que encarna toda
una época y que se identifica por méritos propios con el gobierno nacional. Por
fin parece que las naranjas han pasado de estar en condiciones a estar
podridas. Pero cuidado con los engaños en las urnas: aunque les cambien el
nombre a las naranjas estas no cambian de color.
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